miércoles, 14 de diciembre de 2016

Nacionalismo empresarial

Columna de opinión publicada también en Estrella Digital.


Uno se alegra como si fuera a heredar parte de que Zara tenga ya 181 tiendas en China y Amancio Ortega a título particular compre la esquina más valiosa de Manhattan o Londres.
El país de origen de empresarios de éxito recibe beneficios directos, en forma de repatriación de beneficios y algo de empleo, o más indirectos como ser sede de los procesos de mayor valor añadido, que no suele generar mucho empleo. En el mejor de los casos el empresario dona una resonancia magnética al hospital de su pueblo.
A partir de aquí todo son peros.
Dos tercios del negocio de las empresas cotizadas del Ibex procede del exterior.
La imaginación fiscal de los futbolistas y del PP amnistiando evasores muestra que impuestos, empresas y nación son términos flexibles dependientes de la rentabilidad, a menudo incompatibles.
Resulta curioso que en el espacio con mayor concentración por metro cuadrado de nacionalismo e identidad local, que es un estadio de fútbol, los actores tengan tan poco apego a la patria fiscal donde juegan, a su país de origen y a cualquier otro en busca de lejanos paraísos diminutos donde esconden sus millones.
Mientras no se unan lo que uno repite en misa y lo que hace al salir con sus dineros algo no va a acabar de funcionar.
La auténtica globalización se ha quedado en las finanzas, que saltan fronteras como una liebre, aunque no hay que descartar que fuera ésa la idea primera, lo que nos llega al común son efectos secundarios.
Todo esto viene a cuento de la reciente difusión por parte del think tank sueco SIPRI del listado de las cien primeras empresas productoras de armas del mundo.
Nada radicalmente nuevo, Lockheed Martin se mantiene como líder planetario, seguida de Boeing, ambas con sede norteamericana como las diez primeras a excepción de BAE System (tercera, sede en Reino Unido), Airbus en séptimo lugar (consorcio europeo) y Finmeccanica en noveno (sede en Italia); el undécimo puesto es para Thales, sede en Francia.
Destacan los emisores del asunto que van apareciendo en EEUU nuevas empresas distintas a las clásicas, que a seis empresas del Top 100 con sede en Francia les ha ido muy bien en el último año (contratos potentes con países árabes) al igual que a tres empresas con
sede en Alemania.
Además de Rusia, empresas de países emergentes, como Corea del Sur, India y Turquía, van ganando espacio en este listado.
Identificar automáticamente empresas con países resulta arriesgado, salvo que sean 100% públicas.
Entre los primeros fabricantes de armas del mundo no aparece ninguna empresa española, han desparecido del club la pública Navantia o la privada Indra -con el Estado como accionista principal- que sí estaban en años anteriores, lo que no implica necesariamente una depresión industrial nacional, España vende cada vez con mayor éxito aviones de transporte y de reabastecimiento fabricados en factorías hispanas de Airbus.
Si la industria tecnológica de seguridad y defensa es una capacidad militar más, como reza el tópico, si un país es militarmente más fuerte con una industria militar potente, la próxima venta por la española Sener de su mayoría en ITP, fabricante mundial de motores de aviación militar y civil, a la británica Rolls Royce, sería una mala noticia para la defensa del país.
Otro tema asociado, digno de ser analizado en un seminario veraniego en Jaca, por ejemplo, es que ITP, como Indra y muchas otras, han crecido al calor de programas públicos de armamento y han recibido todo el cariño gubernamental en su crecimiento -financiación a coste cero, generosos apoyos bajo la etiqueta I+D-, mientras que toman sus decisiones autónomas en edad adulta. Quizá debieran ser obligadas a comprar una resonancia magnética para los hospitales más cercanos al pueblo de origen de los miembros de su consejo de administración.
Viendo el nacionalismo interesado e intermitente de la mayor parte de las empresas, qué difícil lo deben tener en el Centro Nacional de Inteligencia, con su departamento de inteligencia económica, a la hora de apoyar de alguna manera a una empresa española.
Una empresa automovilística de origen rumano (Dacia), que hoy pertenece a un grupo francés (Renault), cuenta desde 2012 con una fábrica en Tánger (Marruecos) donde montan coches con motores fabricados en Valladolid (España).
¿Qué hace el CNI con todo esto? Sólo se me ocurre que trabajar conjuntamente con la inteligencia francesa, rumana y marroquí en contra de los intereses de un quinto.
Nacionalismo y empresa son entes abstractos que pertenecen a universos paralelos.

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