miércoles, 17 de septiembre de 2014

Improbable guerra fría

Artículo que publico este 17 de septiembre en El País, suplemento de páginas centrales Russia beyond the headlines.


La OTAN se pierde entre la disuasión y la diplomacia armada. La crisis de Ucrania ha provocado una hiperactividad de la Alianza que busca tranquilizar a los socios de la Europa oriental, convencer a la opinión pública de los 28 y acumular argumentos para la negociación con Rusia. Los retos de futuro de la organización siguen pendientes.
Algo huele a naftalina. En la declaración final de la reciente cumbre de la OTAN celebrada en Gales (Reino Unido), disponible en inglés, francés y también ruso en la web de la Alianza, aparece el término “disuasión” una quincena de veces; Rusia, 44. Los jefes de Estado y de Gobierno acordaron también incluir una referencia al arma atómica: “En tanto existan las armas nucleares, la OTAN continuará siendo una alianza nuclear. Las fuerzas nucleares estratégicas de la Alianza, especialmente las de Estados Unidos, son la garantía suprema de la seguridad de los aliados. Las fuerzas nucleares estratégicas de Reino Unido y Francia desempeñan un papel disuasorio para esos países y contribuyen a la disuasión colectiva y a la seguridad de la Alianza. Las circunstancias en las que el uso de las armas nucleares pudiera ser contemplado son extremadamente remotas”.
La comparación del texto final de este 2014 con la anterior cumbre de Chicago en 2012 refleja un salto en el tiempo, pero hacia atrás. Entonces hubo menos disuasión y también muchas referencias a Rusia, con un tono totalmente distinto: “la cooperación OTAN-Rusia es de importancia estratégica y contribuye a la creación de un espacio común de paz, estabilidad y seguridad (…). La OTAN y Rusia comparten intereses comunes de seguridad y se enfrentan a desafíos compartidos”.
Un ejemplo de colaboración ha sido la misión ISAF durante la última década en Afganistán, y la OTAN como organización y sus miembros –entre ellos España- han hecho frente en los últimos dos años a la descomunal operación logística del repliegue de Afganistán, que ha contado con la cooperación en tránsito y la capacidad de transporte estratégico rusa como instrumentos imprescindibles.
Sin embargo, Ucrania ha más que contaminado la OTAN desde las revueltas del Maidán de comienzos de año y la anexión de Crimea por Rusia, y ha eliminado la necesaria reflexión de la Alianza sobre su presente y su futuro, la viabilidad de grandes operaciones conjuntas tras el fin de Afganistán el próximo 31 de diciembre; la organización ha omitido -y lo sabe- el debate sobre qué quiere ser a los 65 años de su nacimiento y si debe superar los límites euro-atlánticos en los que se creó.
Ninguno de los desafíos pendientes es desconocido en la sede bruselense de la OTAN, muy conscientes de que algo tienen que hacer –otra cuestión es qué- y que no se producen las circunstancias de una nueva guerra fría: hoy existen nuevos actores no estatales, nuevas tecnologías, nuevos usos, la ciberdefensa se ha incorporado como ingrediente esencial de cualquier conflicto.
A pesar de la hiperactividad de la OTAN y de su secretario general saliente, tanto el presidente de Estados Unidos como la primera ministra alemana y la responsable europea de política exterior han reiterado que no existe solución militar a la crisis de Ucrania.
La historia no se está repitiendo, ni como farsa, y lo más gráfico quizá sea recordar que ya no hay bloques monolíticos, ni militares ni económicos ni ideológicos. Rusia es hoy para la Unión Europea socio y competidor, las dos cosas al tiempo.
Las sanciones económicas perjudican a Rusia pero también a los productores comunitarios, la disuasión militar es escasamente útil más allá de como argumento en una negociación, Londres y su city como centro de negocios de capitales rusos es un ejemplo destacado de la interconexión actual.
Con este contexto, en la cumbre de Gales de este septiembre la OTAN  ha tomado algunas decisiones concretas, como la creación de una fuerza de reacción no rápida, que ya existe y se llama NRF, sino inmediata, capaz de desplegarse sobre el terreno en 48 horas.
También se ha decidido acelerar el despliegue del escudo antimisiles, se reconoce la participación de la base española de Rota para su componente naval, se avanza la instalación del sistema Aegis en Rumania en 2015 y se abre la iniciativa a la participación de terceros.
Se ha logrado asimismo elaborar una lista de 10 países –entre los que no está España- interesados en combatir el radicalismo islámico, que hoy controla territorio, gran novedad de esta amenaza, dejándose la definición de las líneas de actuación para el futuro cercano que en ningún caso se plantea como una actuación OTAN, sino una coalición con algunos de sus socios.
Con todo, la Europa oriental ha sido el eje indiscutible. Algún desajuste estratégico se ha debido de producir, en el análisis y planificación de la OTAN y de la UE, cuando se ha pasado en apenas una década de ver a un ex canciller alemán trabajando para Gazprom al riesgo ahora de desabastecimiento de gas en Europa el próximo invierno.
Además de errores estratégicos, en la OTAN y en la UE van cogiendo peso la decena de miembros de la Europa oriental en su día pertenecientes al Pacto de Varsovia, con una percepción de la seguridad distinta y partidarios de mano dura en las relaciones con Rusia, que su suma a las presiones del otro lado del Atlántico no compartidas en el fondo por las principales capitales europeas.
Lo ocurrido en los últimos meses ha dinamitado gran parte del recorrido de la OTAN desde la caída del muro hace 25 años, muy especialmente su política de asociación-partenariados, la seguridad cooperativa que se ha ido construyendo con 41 socios y que ha generado foros como la Iniciativa de Cooperación de Estambul para Oriente Próximo, el Diálogo Mediterráneo y otros pasos menores en importancia ante las relaciones OTAN-Rusia, basadas en el acuerdo de asociación de 1997 y en el consejo de 2002, congelados pero ambos hoy aún vivos pese a las tensiones: “los canales políticos de comunicación continúan abiertos”, dicen los aliados.
Europa y la Norteamérica anglosajona han elegido la disuasión militar como argumento político-diplomático –uno de varios- para presionar a Rusia y que la opinión pública visualice su reacción. La elección de la OTAN como principal instrumento de esa política es cuando menos discutible; tanques y misiles forman parte de asuntos potencialmente negociables con Moscú, junto con el veto ruso a productos agroalimentarios, la compra ahora en el aire de dos fragatas francesas por parte de Rusia o la tecnología ligada a los hidrocarburos.
Debajo de la gabardina de John Le Carré que la OTAN ha desempolvado de su guardarropa para la cumbre de Gales, buscando mucho entre las bolas de alcanfor, aparecen algunos temas de presente y de futuro.
Referencias de interés aluden a las guerras híbridas o a la ciberdefensa y el planteamiento de que un ciberataque pueda activar el artículo 5 del Tratado y considerarse como una agresión a toda la Alianza y provocar una respuesta militar. Avanza la OTAN con esta cumbre en la implementación de la resolución 1325 de Naciones Unidas sobre  mujer, paz y seguridad, su participación activa en la prevención, gestión y resolución de conflictos, junto con la prevención de la violencia sexual.
Pero son escasos los supervivientes de la vuelta a una imposible guerra fría que ni se creen ni quieren los principales protagonistas de la función.

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